Mea Culpa

Quienes no han dudado nunca en aliarse o comprar voluntades para seguir ocupando sus sillones vaticinan “el fin de la unidad nacional y la España que conocemos” sin titubear y sin tan siquiera sudar al hacerlo

Después de mucho tiempo me siento frente a un teclado movida por mis tripas revueltas y tras llevar todo el día leyendo mensajes del odio más descomunal por las redes; tuits que claman a manifestarse contra sedes de partidos democráticos o que exigen un golpe de estado inmediato que terminaría con nuestra democracia.

No me sorprende que quienes los escriben nunca se hayan preocupado por las más de 7000 muertes de ancianos sin explicar en las residencias de la Comunidad de Madrid, ni por los miles de peces muertos en las orillas del Mar Menor, ni por las interminables listas de espera para tratar la salud mental, ni por los cientos de mujeres asesinadas por la violencia machista de este país, ni por todos esos cuerpos sin nombre que mueren a diario en mitad del mar, ni los más de cien mil millones de euros que se le perdonaron a la banca, ni por los actuales bombardeos contra civiles en Gaza, ni por tantos otros motivos por los que sí que habría que clamar justicia.

Las “dos Españas” cara a cara

Su problema, su único y mayor problema, es la continuidad de un gobierno progresista legal porque a la derecha y la ultraderecha, que lo mismo son cuando se trata de estos menesteres, no les interesa. Esa es su única razón e igual que alentaron a todo el país en su momento para boicotear los productos catalanes o justificaron los golpes contra quienes pretendían dar su opinión, estemos o no de acuerdo con ella, hoy se alían en masa para volver a levantarse contra su propio pueblo. De nuevo “las dos Españas” cara a cara.

Quienes no han dudado nunca en aliarse o comprar voluntades para seguir ocupando sus sillones vaticinan “el fin de la unidad nacional y la España que conocemos” sin titubear y sin tan siquiera sudar al hacerlo.

Añoran sin avergonzarse, como siempre lo han hecho, esa otra España de mano derecha alzada en la que la libertad para pensar, ser y sentir estaba penada con la pena de muerte y señalan, convirtiendo al resto en culpables, a quienes seguimos el camino marcado por la Constitución dialogando y llegando a acuerdos, que anteriormente ya se pretendieron tomar o fueron anunciados por ellos mismos, pero olvidándolo de la forma más interesada y sólo para levantar a sus lacayos. Pobres de aquellos que son utilizados como instrumentos para cometer el crimen.

He leído odio en forma de miles de palabras escritas contra una de mis compañeras, cuando sus únicos pecados han sido los de ostentar un cargo público por el PSOE y atreverse a decir públicamente que ha votado sí al pacto para la formación del nuevo gobierno. Odio igual al que un energúmeno escupe cada día contra la puerta de cristal de la Casa del Pueblo de Alcantarilla y del que los que sí justifican que se indultara a Tejero han escupido hoy contra ella, de la misma cobarde manera, pero esta vez escondidos tras miles de pantallas de ordenador.

Mea Culpa

Así que entono el mea culpa para decir que yo también he votado sí y no siento vergüenza alguna por ello. Es más, lo hice totalmente convencida, al igual que he votado o me he manifestado por muchas otras causas en las que creo y defiendo sin que nadie me haya obligado nunca para hacerlo.

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Reconozco en cambio que desde hace algún tiempo sí que siento miedo a expresarme con libertad en redes sociales por este tipo de respuestas o por el odio que se respira en el ambiente; siento miedo a volver a ser señalada, a que se me vuelva a mandar a callar o a ordenar mi vida; siento miedo a decir sin tapujos que veo muy bien que otras comunidades autónomas hablen en sus propias lenguas y que exijan lo mejor para sus tierras; miedo a decir en voz alta que si estamos en un estado laico, no entiendo por qué he de desfilar siendo concejala por la mitad de una plaza pública frente a una sotana negra más propia de otras décadas; miedo por creer firmemente en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y de ser, por tanto, una feminista convencida; miedo a ser la que soy y a decir con orgullo que pertenezco al Partido Socialista.

No se tiene la verdad absoluta nunca. Me puedo equivocar como lo haremos todas y todos a lo largo de nuestra vida infinidad de veces. Sólo el tiempo nos dirá si en esta ocasión cogimos el camino más acertado, pero estamos en mitad de un cruce y, entre las dos direcciones a tomar, seguiría eligiendo sin dudarlo la que dé continuidad a nuestra democracia actual con la formación de un gobierno que ya ha demostrado que trabaja, funciona y defiende todo aquello en lo que creo, sin dejar nunca de lado sus principios y dialogando siempre para poder conseguirlo.

La otra opción de camino pasa por convivir con todo lo que más temo y conlleva la ultraderecha. Así que ya está bien de sentir miedo. No es que necesite perdón alguno, pero asumiré sin pena mi culpa.

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